El alumno, después de extender en el suelo, en el centro de todos, una calabaza, dos maíces, una botella de rioja, un queso y unos dulces, comenzó leyendo:
“Hace muchos años, unos peregrinos salimos de Inglaterra y viajamos en el Myflower buscando una libertad que no teníamos en la vieja Europa. Pasamos un mal invierno y muchos no sobrevivieron. Los que pudimos sobrevivir, ayudados por los indios nativos, aprendimos a cultivar el maíz y la calabaza y al año siguiente, para celebrar una buena cosecha, comenzamos la costumbre de celebrar el día de Acción de Gracias.
Pasaron muchos años hasta que esta fiesta se ha hecho una costumbre y nos reunimos en torno a la mesa con pavo, maíz, calabaza y salsa de cranberry a dar gracias por la cosecha.
Nosotros, peregrinos que hemos salido en busca de nuevos espacios donde sentir, donde crecer como crece el maíz, donde aprender a ser, a sentir, a vivir entrelazados, hemos encontrado un espacio creado por el cariño y dedicación de nuestros profesores y también podemos dar las gracias, no sólo a Dios, sea como sea y esté donde esté, sino también a quienes han hecho posible este mundo nuevo, a todos nosotros.
A lo típico allá, añadimos algunas cosas típicas de acá: vino de rioja, queso de idiazabal y dulces de Izarra. Celebremos una acción de gracias”
El profesor, emocionado y con lágrimas en los ojos, dijo a los alumnos: “Esa historia se está repitiendo cada día, con peregrinos que cruzan los ríos en México, que se esconden en camiones como polizones, que cruzan los mares en pateras y llegan exhaustos a las playas de Europa, que huyen de su Africa, de la represión, de su pobreza, de su pasado… y los gobiernos de Norteamérica y de Europa no se dan cuenta de que todos hemos sido peregrinos…
Y los alumnos aprendimos tanto o más de las lágrimas del profesor que de sus palabras. Un esfuerzo por que podamos entender la necesidad de nuevos mundos.
Y el profesor trinchó el pavo y lo preparó para compartir con todos los alumnos.