03 febrero 2008


Tempus fugit et carpe diem


Hoy, mientras la vida me da oportunidades no soñadas hace unos meses, recupero estos dos tópicos de la literatura latina para reafirmar la lucha por ser feliz que emprendo, a pesar de las circunstancias que nos viven y nos rodean, cada día y cada vez con más empeño y conocimiento.

Que el tiempo vuela no hace falta que nos lo enseñen en la escuela, ya se encarga él mismo de que recordemos las cosas de hace veinte años con una inmediatez que nos produce vértigo, al situarnos al borde del precipicio del pasado. Me basta con recordar que hace 25 años que me casé, que mi hija mayor cumplirá los veintitrés, que ha acabado la carrera y está trabajando (en precario como todas las personas jóvenes) para emanciparse y volar aún más alto, que la segunda cumplirá veintiuno y parece que el tiempo ha pasado cual tren de altísima velocidad; que Venta acaba ya la enseñanza primaria y caminará indeciso por los años de la adolescencia que se ve incipiente en sus protestas, en su bigotillo y en sus ojos; que los amigos comienzan a celebrar su cincuenta cumpleaños…

Contra este vértigo conozco dos remedios que, a veces, ayudan a paliar sus efectos. El primero, rellenar con cientos de miles de imágenes cada día, cada semana de esos años; con miles de paisajes cada estación en que paró ese tren de alta velocidad, dibujar esos paisajes, y recoger cada sonrisa y cada lágrima, con ternura, cada miedo y cada sorpresa, cada exceso de pasión y cada doloroso momento… y con todos ellos tejer un manto de memoria que proteja contra el frío vértigo del paso del tiempo.

El segundo, despertarse cada día con la sana intención de no perder cada oportunidad de disfrutar, de no pensar que algo es prescindible (ni el trabajo, ni las obligaciones de cuidar a nuestros menores y a nuestros mayores, ni el vino compartido con amigos, ni el amor correspondido o no, ni el dormir, ni la comida rápida o lentamente preparada con cariño…), de sentir que cada día es una oportunidad para aprender, con delirio o con dolor, con placer y con pasión, de cada persona que se cruza en nuestro viaje, de cada mirada compartida, de cada palabra y cada sonrisa callada.

Son dos oportunidades para luchar contra ese fantasma que nos persigue, por delante y por detrás, dos modos de intentar lograr que esta vida, corta de por sí, nos viva sin olvidarnos. Amigos tengo para compartir estos pensamientos y vosotros y vosotras va esta frase de Erasmo de Rótterdam: La verdadera amistad llega cuando el silencio entre dos parece ameno.

Mi silencio en el blog no se corresponde con un silencio en el alma. Os sigo recordando con deleite, os sigo abrazando en la distancia y no me canso de brindar por vuestra suerte, por vuestra vida, por las lágrimas compartidas y las sonrisas entrelazadas.

Un abrazo
Modesto