¿Dónde estarán aquellos sueños que no cuajaron? ¿Dónde se habrán refugiado aquellos besos nunca dados? ¿Por dónde andarán las fotos que sólo existieron en nuestras mentes? ¿Existirán alguna vez las fotos que ahora entresueño?
Decía un amigo mío. ¿Habremos superado ya la adolescencia? Porque seguimos con sueños idealizados en la cabeza teñida de canas en un caso o escasa de cubierta en el otro. O ¿será que mantenemos un espíritu joven mientras los dígitos se acercan al medio centenar en un caso y los superan por poco en el otro?
Sí que es cierto, amigo mío, que nos conviene renovar los sueños cada tanto, repasar el pasado sin excesiva nostalgia que nos impida mirar al futuro con realismo, hacer aflorar voluntades de enamoramiento de las personas y la vida, que nos permitan sonreír a pesar de que la realidad nos golpee alrededor. Sí que siento, amigo mío, que sin la mano que envía sonrisas y los ojos que refrendan cariños, la vida no tendría los colores que tiene, los olores infantiles recordados y los sueños inacabados, que no podríamos seguir tejiendo nuevos sueños con gente nueva, que nos sería imposible apoyarnos el uno en el otro, si de vez en cuando no cambiásemos el papel de soporte y soportado.
En estas noches de mediados de julio, cuando la temperatura suaviza la noche y entornamos los ojos para centrar las estrellas, te quiero dar las gracias por estar ahí, por acompañarme al pasado y compartir futuros aún ni siquiera dibujados.
La noche acabó con la botella vacía y un paseo con las manos en los bolsillos, los ojos entornados y el alma mecida por una suave brisa de felicidad que no debiera acabar nunca.
Mientras en mi cabeza sonaba esta canción de Cat Stevens, Orión sonreía parpadeando al entrar en el cielo por el este, o ¿era el sur? Qué más da. Eran las cinco y la luna se escondía por el oeste jugueteando coqueta con su falda.
Un abrazo a cada una de las personas que acompañan mi vivir.