Hemos repetido, como cada año, gestos que llevamos haciendo desde que eramos niños, que aprendimos de nuestros mayores, porque nos llevaban de la mano y que estamos trasmitiendo a los que ahora nos toca llevar de la mano.
Son gestos que trasmiten formas de ver el mundo, de vivir la vida, aunque la cruda realidad se nos vaya a imponer en cuanto acaben las fiestas. No creo demasiado en las tradiciones inamovibles, ni en esquemas cuadriculados por donde deba pasar todo el mundo, pero me ha gustado contarle a mi hijo el sentido que tienen estas cosas para mí, acompañarle a los juegos, compartir con él un partido de pelota, explicarle por qué los mayores vamos a actos religiosos cuando el resto del año no lo hacemos, enseñarle dónde están los mejores pinchos... en el fondo era capaz de imaginar a mi hijo haciendo lo mismo con otro retoño nuevo... es la rueda del tiempo, es el imparable devenir que nos vive y, muchas veces, nos marea.
Pero también quiero dejar unas palabras para las miles de personas que no pueden, por circustancias físicas, salir estos días, como mi otra hija. A esas personas, y a todas las que les acompañan, un deseo para que el año que viene sí puedan salir y participar de esa rueda de tradiciones en la que me siento un engranaje más. Espero, dentro de un año y como cada año, escribir una reflexión diferente, más alegre y con más caras en las fotos.
Un abrazo mientras los cuerpos se reponen de tanto ajetreo y las almas recuperan la normalidad paulatina del día a día no festivo.