Esta semana, como después de cada verano, vuelvo al aula, repaso qué papeles necesitaré para trabajar con mis alumnos y alumnas, qué textos utilizaré para que disfruten (sueño docente) de la literatura, qué textos crearán emulando a los autores que han escrito antes que ellos, qué materiales podrán hacerles menos árido el aprendizaje...
Todo ello es importante, seguro que sí, pero mi alma de profesor sueña con educarles, mostrarles el camino por el que se aprende a vivir, el bosque donde habitan los duendes que hacen que el aprender sea una gozada, los ríos donde saltan los peces mágicos de la sabiduría popular... sueño con pasear con ellos por los bosques, con pescar en silencio y tranquilo junto a la orilla, mientras charlamos de literatura o filosofía, de arte o de gramática, de libros o de amores, de padres o de personajes mágicos...
Y sé que la realidad me golpeará una y otra vez, que la desilusión amenazará mis atardeceres, que tendré que soñar de nuevo sueños renovadores para continuar algunas mañanas... y pasará otro curso, y sólo una sonrisa, un gracias o una conversación con ellos o sus padres volverá a hacer que merezca la pena, se abrazarán sus ganas de aprender y mis ganas de enseñar y pasará otro curso más.
Hoy he copiado un fragmento del poeta Gerardo Diego, de la generación de 1927, que lo dijo mejor que yo en unos versos. Un abrazo esperanzado.
Gerardo Diego (Santander 1896 - Madrid 1987) profesor y poeta, no sé si cocinero.